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ORNAMENTO Y DELITO.
SOBRE EL TEXTO DE TOYO ITO: “ARQUITECTURA DE LÍMITES DIFUSOS”Sería prolijo, y probablemente inapropiado, hacer un resumen de uno de los textos de por sí más preclaros y resumidos de la arquitectura contemporánea. Nos extenderemos, pues, en un comentario sobre sus dos primeros puntos, que consideramos de mayor interés para el desarrollo de la asignatura.
La idea vendría a ser como sigue:
Durante el S.XIX se sucedieron estilos históricos que ponían en el ornamento todo el énfasis a la hora de definir los edificios. Con la llegada del moderno, el edificio pierde su decoración, se despoja de su piel. Desnudo, en carne viva, las grandes pantallas de cristal nos muestran su interior, no dejando nada oculto, pues en el Moderno los edificios (¿como las personas?) no tienen nada que ocultar. Ésta condición fue abordada por los grandes Maestros como un prodigio ético: edificios que eran todo regularidad, sin simetría, elegancia, sin solemnidad, magnus non arrogans, fedelis sine avaritia, que se dijo en su tiempo de Palladio. Una arquitectura con sentido pero desprovista de significado. En un texto tempranísimo, uno de estos maestros nos instaba a admirar estos edificios por lo que eran, sólidas construcciones, y a no buscar en la arquitecturas cualidades (arquitectura lujosa, agradable, acogedora) que eran responsabilidad de sus ocupantes.
Sin embargo, en nuestros días, estamos capacitados para decir que esta auténtica declaración de principios ha sido un rotundo fracaso histórico. Desnudando al edificio, lo ponemos en posición de adoptar cualquier vestido, de exhibir cualquier lectura, no necesariamente la más apropiada. En la actualidad, decimos, es el capitalismo depredador y la economía de empresa la que visten nuestros edificios.
Pensemos un momento en ello. Sólo hace falta salir a la calle, a cualquier calle de cualquier ciudad occidental, para darse cuenta de ello. Una visita, digamos, al barrio de Akihabara en Tokyo, nos muestra qué ha sustituido a la decoración secular de la arquitectura vernácula: anuncios, carteles, paneles, spots publicicitarios, etc., son los ingredientes con los que los edificios construyen ahora su personalidad. Pensemos por ejemplo en cualquier sucursal de nuestras modernas compañías telefónicas: todo lo que necesitamos ver es una pared azul ultramar, roja o naranja para saber a qué compañía pertenece el local. Ante esta nueva decoración, exterior y postiza, independiente de la arquitectura, la auténtica personalidad del edificio permanece encubierta, oculta, engullida bajo el aluvión de proclamas publicitarias de diversos tipos.
Y lo mismo ocurre en el interior. Continuemos nuestra visita imaginaria y penetremos en el interior de cualquiera de tantísimas tiendas que exhiben sus bondades al comprador. Las estanterías definen el espacio y los recorridos, las visuales, que queda en primer plano y qué no. El visitante es conducido a través de un auténtico desfile de reclamos visuales mientras una musiquilla persistente pone ritmo a sus pasos. Todo está estudiado, nada queda fuera de control. La decoración cambia cada pocas semanas, se transforma, aparecen nuevas ofertas o promociones. Nada es sólido, todo fluido.
Toyo Ito nos da la receta de esta nueva arquitectura: cerrada, homogénea, completa, un universo autista e independiente, con sentido en sí mismo. Una arquitectura pensada por y para la fachada, ámbito del significado y el simbolismo (el significado aparece como algo “incrustado”, independiente de su soporte físico). Arquitectura del encapsulamiento, en sus propios términos.
Hace solo un siglo, la escuela de Chicago nos daba lecciones sobre como la arquitectura apropiada provee de dignidad y empaque, y se convierte en el estandarte de una empresa. Ahora, el contenido publicitario desborda los edificios, los atrapa y los oculta. Cualquier construcción es apropiada, porque los gurús del márqueting moderno han aprendido a esquivar los poderes del arquitecto moderno para decidir cual es el modelo de ciudad por el que quiere luchar.
Lejos de ser esta una cuestión estética, es de hecho una cuestión ética de primerísimo orden. Lo que está en juego es, ni más ni menos, cuáles van a ser los arquitectos o los ciudadanos del futuro.
El arquitecto se ve convertido en un mero funcionario, mutilado, maniatado, impotente para poder decidir sobre sus propios edificios, sin desempeño social. Peor aún, nuestros clientes (los ciudadanos) se convierten en mansos rebaños que son manejados, conducidos, engañados, atrapados en la espiral de consumo que los desvía de sus auténticas necesidades.
Sería interesante, por que esto no se quede en unas pocas palabras, poner imágenes a esta nueva ciudad que los empresarios nos costruyen. Las magníficas películas Metrópolis (Fritz Lang, 1927), dirigida, por cierto, por un arquitecto, Brazil (Terry Gilliam, 1985) o la archiconocida Blade Runner ilustran entre otras éste modelos. Una ciudad interminable, una estética de pingajos (que son despojos); edificicaciones donde la forma (decoración, ornamento) se ha alejado tanto de la función (el hombre) que no responde a ninguna de las necesidades de sus ciudadanos. Y no parece que los arquitectos puedan hacer nada por evitarlo.
4 comentarios:
Me parece que el encendido ataque al consumismo no debe dirigirse tanto a la arquitectura como a la sociedad que lo produce. No es menos auténtico un edificio por mostrar lo que vende si es un gran almacén. EL ceirto modo es coherente con el pensamiento moderno que la forma se adecue a la función. Si es comercial que venda. Me preocupa más esa otra arquitectura que disfrazada se presenta ajena a su época o a su contenido.
En fin, espero que hayas disfrutado de los deliciosos textos de Julio Cano Lasso, en concreto te recomiendo conversaciones con un arquitecto del pasado.
Nos vemos por la escuela. Elisa
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