miércoles, 20 de junio de 2007

“Influencia de las diversas artes en la arquitectura”


El influjo de las diversas artes plantea problemas de considerable gravedad al diseño arquitectónico, pues aunque éstas aportan indudables beneficios, también pueden viciar la naturaleza de la creatividad arquitectónica.

Un ejemplo práctico es la idea del arte como “fealdad”, entendida ésta como una doctrina estética positiva. Esto fue posible en cuanto se creyó que las emociones estéticas no sólo estaban relacionadas con la belleza, sino que también podía surgir de lo sublime o lo pintoresco. La creciente aproximación de algunos a las facetas más sórdidas de la vida urbana creadas por la revolución industrial, hicieron que la noción de belleza artística fuera interpretada incluso como lo cotidiano o lo considerado feo en la vida real.

Ciertas ideas fundamentales relacionadas con las teorías de la arquitectura moderna, como por ejemplo las virtudes artísticas de la “fealdad”, y una creciente sensibilidad con respecto a la sinceridad, ejercieron drásticas influencias sobre la arquitectura. Lo feo reconocía los méritos de la reacción contra las columnas simuladas (y en definitiva, la decoración historicista) y el valor de la honestidad sin disfraz.

La nueva actitud hacia la crítica y el desprecio del criterio artístico del siglo XIX, fue un requisito esencial para la aceptación de las nuevas formas abstractas producidas en los años 1920 – 1930 por la Bauhaus y Le Corbusier. En 1910 sólo habían habido dos clases de escultura, la escultura naturalista (representaciones del cuerpo humano) y la escultura no representativa (objetos de uso diario como cucharas, cacharros, …). Análogamente sólo había dos tipos de diseño bidimensional, la pintura naturalista (perspectivas de figuras, objetos naturales, paisajes) y los diseños no representativos (en adornos, tejidos,..). Sería entonces Wasily Kandinsky, contemplando una de sus pinturas naturalistas cabeza abajo con una luz tenue cuando se sintió inspirado a pintar una serie de formas abstractas que no representaban nada en absoluto; era el nacimiento pues de un arte no representativo que no tenia ningún fin práctico.

Surgió así el problema de justificar este nuevo arte. Las formas abstractas se justificaban diciendo que por sí mismas, constituían una forma significativa, entendida esta como una comunicación de líneas y colores que nos mueve estéticamente y que pueden llegar a causar en el observador un estado de euforia.

En relación con la arquitectura, un edificio obtiene su significado por su mera existencia, ya que la arquitectura, no siendo un arte imitativo, contiene en sí misma la justificación de sus propias formas primarias. El ideal de una perfecta fusión entre la escultura abstracta, pintura abstracta y tecnología de la construcción, anunciaba una arquitectura creada por sí misma, donde la escultura y la pintura ya no son subordinadas y trabajan orgánicamente con ella. (Principales exponentes anteriormente nombrados: Le Corbusier y Walter Gropius)

La atmósfera intelectual del siglo XIX que ignoraba la crítica estética, permitió a los directores del movimiento del siglo XX hacer experimentos con las nuevas formas, los nuevos materiales, los nuevos sistemas estructurales y las nuevas técnicas de construir con entera libertad.

Algunas veces la “fealdad” no se debió a una búsqueda deliberada de esta cualidad, sino que era el resultado de la falta de sensibilidad del diseñador.

Por otro lado, podemos sospechar que las críticas a la fealdad arquitectónica estaban inspiradas más por los perjuicios históricos que por una verdadera apreciación de las soluciones poco adecuada.

Entre los arquitectos que denotan esta tendencia encontramos otros como: Frank Lloyd Wright, el cual afirmó que el primer deseo era el de realidad, sinceridad; Marcel Breuer, que afirmo que la claridad significa la expresión definida del fin de un edificio y la expresión sincera de su estructura o también J. M. Richards que valoró a H. H. Richardson por las composiciones, cuya sinceridad liberó a la construcción americana de las trivialidades de las modas anteriores.

Es necesario ahora pues, realizar una distinción entre verdad y sinceridad.
La verdad sería lo que debemos a los otros y la sinceridad sería lo que nos debemos a nosotros mismos. Un arquitecto sincero es el que diseña un edificio del modo que él cree que debe ser diseñado, y no sólo del modo que tendría mayor aceptación por su cliente o por el público.

Sin embargo, la sinceridad tiene una connotación muy importante, y es que ésta es una virtud sólo cuando es inconsciente.

En el siglo XVII, la crítica arquitectónica publicada, había sido escrita por arquitectos, pero en el siglo XIX, los historiadores críticos del arte y periodistas profesionales se encargaron de esta labor. Esto comportaba un peligro, por ejemplo: Al transmutar la pintura en poesía, el crítico sólo aprecia los elementos anecdóticos de una obra de arte en perjuicio de sus cualidades formales y racionales.

Dualidad poeta-arquitecto: existía un peligro constante. Desde el punto de vista arquitectónico, esto podía conllevar la consideración única de las superficies externas y casi sólo los revestimientos superficiales decorativos. En el diseño arquitectónico el peligro estaba en dar demasiado énfasis a la pintura y a la escultura abstracta como disciplinas formativas, pues podían llevar a la idea de que un edificio es simplemente un objeto en el espacio, en vez de ser parte del espacio.
No hay duda pues, de que la arquitectura debe contener una parte de poesía, Pero ésta es de un tipo peculiar el la misma, por lo que es sumamente peligroso cuando los arquitectos convierten fácilmente la arquitectura en palabras.

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