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¡Ponga un Guggenheim en su vida!
Nuestras ciudades son invadidas por grandes obras arquitectónicas, y si es posible, que sea de marca. Cada ciudad quiere tener su "ghery", su "calatrava" o su "zahahadid". Sin embargo, me queda la duda de hasta qué punto, quien tiene la responsabilidad del encargo, se adentra en el conocimiento del proyecto o sólo demanda su simbología. Parecen más obsesionados con alimentar su egolatría personal que en velar por el bien común de sus conciudadanos. Sería una pena, que ahora que la arquitectura está de moda, nos pasemos y caigamos en su vanalización. Temo que nuestras ciudades se "parquetematicen", nuestros centros históricos pasen a convertirse en enormes fachadas vacías, escenarios de postales idílicas, estáticas y sin vida, donde lo importante es la imagen, y no la vida.
Sin embargo, existen otros mundos, más cercanos, más cotidianos, más personales. Como decía Alejandro de la Sota a sus alumnos de arquitectura "...Consideren tan deseable construir un gallinero como una catedral. La dimensión del proyecto significa poco en arte..." ...Lo que en realidad vale es la calidad del carácter. El carácter puede ser grande en lo pequeño, o pequeño en lo grande."
En tiempos en que el acceso a la vivienda se hace casi imposible y las superficies menguan, los pequeños gestos de un arquitecto son capaces de conseguir grandes logros, si bien estos no serán portadas de grandes publicaciones, aunque sí agradecidos por parte de de esas personas anónimas que son las que conforman la vida de la ciudad. Poder disfrutar de una terraza, de vistas, de soleamiento, poder disfrutar unos metros extras, comprender la extensión de su propiedad,... pequeñas actuaciones, enormes lujos cotidianos. Extraordinaria experiencia de Luis Martínez Santamaría, colocar la entrada en el centro de la vivienda. Sencillo gesto, gran cualidad. No debemos olvidar para quien creamos. El objetivo último de nuestra actuación es el habitante-usuario. Lo demás no importa. Si conseguimos mejorar la calidad de vida, será un buen camino para nuestra arquitectura.
Reflexiones sobre la colectividad.
"Si tú tienes una manzana y yo tengo otra manzana, si te doy mi manzana tu tendrás dos manzanas y yo ninguna. Sin embargo, si tú tienes una idea y yo tengo otra idea, y las compartimos, tú tendrás dos ideas y yo tendré dos ideas".
Explicación que tanto gusta a José María Romero.
No cabe duda, y sus análisis acerca de la mediateca de Sendai así lo demuestran, que el hecho de implicar en el proceso arquitectónico a los destinatarios últimos del proyecto, no sólo los ilusionará sino que compartiendo vivencias y objetivos la calidad del proyecto en sí crecerá exponencialmente. No debemos olvidar que somos arquitectos. Ni más, ni menos. Tenemos algunos valores que aportar, pero aún carecemos de la sabiduría plena del saber exactamente qué quieren todas las personas. No nos alcemos a la divinidad ni nos creamos en la posesión de la verdad absoluta. Sin embargo la solución es cercana. Basta con compartir con los demás qué pensamos y que ellos nos cuenten cómo lo ven. Si a la hora de realizar una pequeña vivienda unifamiliar preguntamos al futuro propietario, ¿por qué no preguntar a todos los ciudadanos cómo quieren que sea su parque?. Asistimos muchas veces cómo estas preguntas se realizan una vez terminada la actuación, cuando la solución, cuando la hay, resulta peor que el problema. Así pues, aplaudo sin reservas la actitud de Toyo Ito. Creo, que es un gran logro para la arquitectura. Algo que sí aporta un paso más, algo, mucho más relevante que un nuevo material o una forma rotunda. Al fin y al cabo, ¿con qué trabajamos sino con personas?
Nuestras ciudades son invadidas por grandes obras arquitectónicas, y si es posible, que sea de marca. Cada ciudad quiere tener su "ghery", su "calatrava" o su "zahahadid". Sin embargo, me queda la duda de hasta qué punto, quien tiene la responsabilidad del encargo, se adentra en el conocimiento del proyecto o sólo demanda su simbología. Parecen más obsesionados con alimentar su egolatría personal que en velar por el bien común de sus conciudadanos. Sería una pena, que ahora que la arquitectura está de moda, nos pasemos y caigamos en su vanalización. Temo que nuestras ciudades se "parquetematicen", nuestros centros históricos pasen a convertirse en enormes fachadas vacías, escenarios de postales idílicas, estáticas y sin vida, donde lo importante es la imagen, y no la vida.
Sin embargo, existen otros mundos, más cercanos, más cotidianos, más personales. Como decía Alejandro de la Sota a sus alumnos de arquitectura "...Consideren tan deseable construir un gallinero como una catedral. La dimensión del proyecto significa poco en arte..." ...Lo que en realidad vale es la calidad del carácter. El carácter puede ser grande en lo pequeño, o pequeño en lo grande."
En tiempos en que el acceso a la vivienda se hace casi imposible y las superficies menguan, los pequeños gestos de un arquitecto son capaces de conseguir grandes logros, si bien estos no serán portadas de grandes publicaciones, aunque sí agradecidos por parte de de esas personas anónimas que son las que conforman la vida de la ciudad. Poder disfrutar de una terraza, de vistas, de soleamiento, poder disfrutar unos metros extras, comprender la extensión de su propiedad,... pequeñas actuaciones, enormes lujos cotidianos. Extraordinaria experiencia de Luis Martínez Santamaría, colocar la entrada en el centro de la vivienda. Sencillo gesto, gran cualidad. No debemos olvidar para quien creamos. El objetivo último de nuestra actuación es el habitante-usuario. Lo demás no importa. Si conseguimos mejorar la calidad de vida, será un buen camino para nuestra arquitectura.
Reflexiones sobre la colectividad.
"Si tú tienes una manzana y yo tengo otra manzana, si te doy mi manzana tu tendrás dos manzanas y yo ninguna. Sin embargo, si tú tienes una idea y yo tengo otra idea, y las compartimos, tú tendrás dos ideas y yo tendré dos ideas".
Explicación que tanto gusta a José María Romero.
No cabe duda, y sus análisis acerca de la mediateca de Sendai así lo demuestran, que el hecho de implicar en el proceso arquitectónico a los destinatarios últimos del proyecto, no sólo los ilusionará sino que compartiendo vivencias y objetivos la calidad del proyecto en sí crecerá exponencialmente. No debemos olvidar que somos arquitectos. Ni más, ni menos. Tenemos algunos valores que aportar, pero aún carecemos de la sabiduría plena del saber exactamente qué quieren todas las personas. No nos alcemos a la divinidad ni nos creamos en la posesión de la verdad absoluta. Sin embargo la solución es cercana. Basta con compartir con los demás qué pensamos y que ellos nos cuenten cómo lo ven. Si a la hora de realizar una pequeña vivienda unifamiliar preguntamos al futuro propietario, ¿por qué no preguntar a todos los ciudadanos cómo quieren que sea su parque?. Asistimos muchas veces cómo estas preguntas se realizan una vez terminada la actuación, cuando la solución, cuando la hay, resulta peor que el problema. Así pues, aplaudo sin reservas la actitud de Toyo Ito. Creo, que es un gran logro para la arquitectura. Algo que sí aporta un paso más, algo, mucho más relevante que un nuevo material o una forma rotunda. Al fin y al cabo, ¿con qué trabajamos sino con personas?
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